LA PIEL DE LAS PESADILLAS

 

Muy buenas tardes, queridos amigos de la Revista. El día de hoy les traemos un relato titulado "La piel de las pesadillas", de Pablo Concha.

Esto nos ha contado el autor sobre si mismo:

Pablo Concha, nacido en Cali, Colombia, es autor de los libros de cuentos Otra Luz (2017) y La piel de las pesadillas (2020). Su relato “El infinito en una cita” fue incluido en la antología de cuento colombiano Puñalada Trapera II (Rey Naranjo editores, 2022).

Además de escribir narrativa, colabora frecuentemente con reseñas de literatura latinoamericana actual y entrevistas a escritores, editores y traductores en la revista Libros & Letras y otros medios culturales.

Twitter e Instagram: @scarypablo

 

 Sin mayores preámbulos, disfrutemos su relato:

 

La piel de las pesadillas
Pablo Concha


El doctor dejó las gafas sobre el escritorio. Por un segundo pensó en escuchar un poco de música para distraerse pero sabía que sería en vano. Nada podía borrar de su mente las palabras de aquella mujer. Se sentó de nuevo frente al escritorio y se sujetó la cabeza con las manos. Tenía la camisa arrugada y por fuera del pantalón. No importaba. Presionó play otra vez.
–Las pesadillas eran casi siempre iguales. Noche tras noche.
−¿Y antes de todo esto usted sufría de pesadillas?
−Nunca.
La recordaba mirando la mesa de la sala de interrogatorios. Mirando embobada la luz de neón que se reflejaba sobre la superficie metálica. El cuarto era pequeño y estaba helado por la intensidad del aire acondicionado.
−¿Y usted ha hablado con alguien más sobre esto, señora?
Ella había negado con la cabeza. El doctor sentía que la voz de la mujer sonaba como una película dentro su mente. Pero, por más que la viera una y otra vez, nunca lograba entender lo que ocurría. Lo absurdo es que continuaba creyendo que algún día sería distinto, que un día, por alguna extraña razón, iba a comprender y que un rayo de iluminación acabaría con la confusión.
−No. A nadie.
−¿Por qué no?
−Porque tenía miedo –dijo–. No quería que me tomaran por loca. Y sobre todo, me daba pavor la idea de que mi esposo supiera lo que yo soñaba. Lo que veía en esos sueños... lo que ocurría allí...                                                                                                                       Ella lloraba. Él había mirado el expediente mientras se pasaba la mano por el cabello grasoso y menudo. Luego de unos instantes le había alcanzado un pañuelo de papel a la mujer.
−Cuando despertaba, me decía que todo pasaría y se me olvidaría, pero las imágenes volvían a mi cabeza. Era horrible lo que veía...
El doctor la recordaba pálida, demacrada, con los ojos rojos. Tenía las manos sucias y algo de tierra bajo las uñas.
−Tiene que hablarme de lo que pasó, señora.
Seguía un silencio de varios minutos. El doctor sintió que ese silencio era una pequeña tregua para sus nervios y para su estómago.
−Todo empezó como a los dos meses de habernos mudado a la casa. Nuestro bebé tenía un año y medio, y en general se portaba bien, muy tranquilo... Algunas noches dormía de largo y no se alteraba. Yo en cambio empecé a dormir muy mal desde que nació el niño. Al principio me levantaba porque me daba miedo que tuviera hambre... Pero también me daba la impresión de que a veces se quedaba muy quieto y no respiraba...Yo me pasaba horas allí junto a él, viéndolo respirar... Me despertaba agitada, sudando, con el corazón latiendo muy fuerte, y lo primero que pensaba era en el nombre de mi hijo. Carlos. Algo le había pasado a Carlos mientras yo dormía. Me iba corriendo hasta la cuna y siempre lo encontraba durmiendo plácidamente. Pero verlo así no me tranquilizaba. Volvía a la cama con la misma sensación de miedo, y preguntándome por qué me pasaba eso a mí. ¿Por qué tenía esas ideas sobre mi niño? Por la mañana intentaba consolarme diciéndome que todas las madres éramos así, y con esa idea me distraía un poco... Hasta que tuve el primer sueño.
Otro silencio. Ella había tomado agua y él dibujaba círculos sobre la libreta. Se oía el zumbido de la lámpara de neón.
−En el primer sueño aparecía un hombre joven, desnudo, arrodillado en un pasillo iluminado por velas negras y rojas y, frente a él, una figura envuelta en una capa o túnica... tocándolo.
−¿Tocándolo?
−Sí, tocándolo...                                                                                            −¿Quiere decir masturbándolo?
−Sí, lo siento. Es que...
−No importa. Siga, por favor...
−El joven estaba nervioso, y lo que pensé fue que la figura de la túnica lo tocaba así para calmarlo, para quitarle el miedo que sentía. Nunca antes había tenido un sueño parecido. Le estuve dando vueltas al asunto un rato pero no se me ocurrió nada. A la siguiente noche volví a soñar. Veía a la figura de la túnica negra en medio del patio de mi casa. La figura levantaba algo que tenía entre los brazos para ofrecerlo a la luna, que era inmensa y producía una luz fuertísima. Era un resplandor anaranjado, casi rojizo, que creaba sombras que parecían moverse entre las hierbas... yo veía que la figura se agachaba y dejaba algo sobre el pastizal, y de nuevo se ponía en pie para realizar unos movimientos en el aire, con sus brazos, como si estuviera pintando en el vacío. Justo allí la figura se daba la vuelta, pero antes de que terminara el giro yo me despertaba temblando, sudando, muerta de miedo. Después de confirmar que el bebé estaba bien, bajaba al primer piso y revisaba todo. Nunca encontré nada fuera de lugar, ni señales de que alguien se hubiera metido en la casa. No faltaba nada. Entonces subía de nuevo a mi habitación y trataba de volver a dormir, pero no podía. Me daba miedo dormir.
−Y ese hombre joven que vio en los primeros sueños, ¿le resultaba familiar? ¿Lo había visto antes?
−Nunca.
Ella había tomado aire. Después se había mirado las manos. Tenía rastros de sangre seca en los dedos de la mano derecha, y era como si hubiera quedado hipnotizada con esa visión.
−¿Cuánto más va a durar esto? Quisiera lavarme...
Él se había quedado observándola. Sus ojeras, el cabello pegado a los lados del rostro, el maquillaje arruinado, la blusa sucia.
−No tardaremos mucho. Necesito que hablemos de esos sueños. ¿Cuántos fueron en total?

−Seis.
Ella tragaba saliva. Él resoplaba mirando el expediente. Había mucha información pero poca le parecía de verdad relevante.
−El siguiente sueño que tuve –dijo la mujer luego de secarse los ojos−, el tercero, no me causó tanto miedo. Pero sentí mucha tristeza.
−¿Por qué?
−Porque veía al hombre joven recostado contra una pared, en el pasillo. Estaba temblando y llorando. Sostenía una botella de la que tomaba largos tragos.
−¿Y le parecía triste verlo así, dándole a la botella?
−Se veía roto. Destrozado, arrepentido... No sé.
Él había anotado eso en la libreta. Destrozado, arrepentido...
−Ya cuando tuve el cuarto sueño sentí que me estaba volviendo loca. Había una mujer desnuda, más o menos de mi edad. Y era hermosa. Tenía un cuerpo perfecto, como de modelo... Estaba de pie en el pasillo, dibujando sobre su vientre y sus brazos...
−¿Cómo así dibujando?
−La mujer se untaba los dedos con un líquido, y con eso pintaba figuras sobre su piel...
−¿Y este líquido cómo era?
−Como viscoso...
−¿Viscoso?
−No lo sé –dijo la mujer–. Lo que más me causó impresión fue la forma de esas figuras que dibujaba, me daban miedo...
−¿Qué eran?
−Trazos enredados, como gritos entrecruzados...Ya por esos días dormía muy poco... Iba a mirar al bebé y luego deambulaba por la casa a oscuras. Sabía que el escenario del sueño era la casa...Todo eso pasaba allí en esa casa, y eso era lo único que parecía tener sentido...Porque lo otro, no sé...
−¿Tomó usted alguna droga psiquiátrica después de dar a luz?
−No. Tomé suplementos, vitaminas, nada más...
−Y bueno, mientras tanto su esposo...
−Yo no sabía si debía contarle. Tuve que guardármelo todo y aparentar normalidad. Me sentía cansada y triste.
−¿Quién la ayudaba con el cuidado del niño?
−Una mujer que trabajaba para nosotros.
−Ya veo...Hábleme del otro sueño.
La mujer miraba un pañuelo que había estrujado con las manos. El doctor recordaba que la sangre en los dedos de ella había formado una costra.
−Estaba frente al pasillo oscuro, las velas se habían consumido. Y luego... esa luz roja empezaba a surgir del fondo de la casa. Era una luz muy intensa. Me dolían los ojos al verla...
Había una pausa en la grabación mientras la mujer tomaba agua.
−¿Y anoche qué fue lo que pasó, señora?
Ella se enderezaba en la silla y lo miraba de frente. “Está perdida”, fue lo que pensó el doctor.
−Yo era la protagonista de la pesadilla. Estaba en el patio mirando la luna llena. Todo estaba como abandonado, sin los macizos de flores que plantamos cuando compramos la casa. Las paredes estaban sucias, descascarilladas. El viento me erizaba la piel. Yo bajaba la cabeza para verme los senos y me daba cuenta de que tenía puesta la túnica negra. Iba descalza. De pronto veía un agujero cavado en la tierra. Y un destello en la hierba, junto al hoyo. La luz de la luna se reflejaba en algo que estaba allí. Me acercaba muy despacio, metía las manos en la hierba y tocaba algo frío, duro. Lo levantaba con cuidado y lo sostenía frente a mí para que la luna lo iluminara. Era una daga. Pesaba mucho, la hoja era larga y muy afilada. La agarraba de la empuñadura y sentía las figuras labradas del mango. Era una sensación desagradable. Y algo apareció en la hoja de la daga. Vi algo. Me di la vuelta y allí estaba el hombre joven, de rodillas en el pasillo, desnudo, con una gran erección y... pasando las páginas de un libro. Pude ver que las manos le temblaban. Retrocedí. El joven empezó a leer en voz alta. Yo retrocedía más y miraba la daga que sostenía en mi mano. Sentía su fuerza, su poder. Las figuras de la empuñadura parecían moverse sobre mi piel, las sentía entrando en mi carne... El hombre joven sollozaba. Levanté la cabeza y lo vi mirándome. Los labios le temblaban. Su pene rojo parecía querer meterse dentro de su estómago. Dejó escapar otro sollozo y miró hacia el pasillo, donde estaba el comedor. Gritó y se cubrió los ojos. Asustada, seguí retrocediendo hasta que caí dentro del agujero. El resplandor rojo ganó intensidad. Me levanté sin la daga, que se me había caído. Vi lo que había en el fondo. El cuerpo sin vida de un bebé... El pecho y parte de los brazos se veían cubiertos por una sustancia oscura. Escuché un grito del joven y la luz roja lo invadió todo.
La mujer tosía.
–Y esta escena se repetía todas las noches...
–Sí. Las tres primeras noches. El cuarto sueño lo tuve después de darle el almuerzo al bebé...
–Pero algo cambió, ¿verdad?
−Sí. El niño muerto era mi hijo.
El doctor presionó stop. Suspiró y se estiró. Encendió la luz de la sala, luego volvió al estudio y cerró la puerta. Miró su reloj. Pasado un rato se sentó de nuevo y reanudó la escucha. Cerró los ojos. Recordaba que la mujer había permanecido con la vista fija en la superficie de la mesa bastante tiempo. Él había vuelto a mirar por encima del hombro hacia el espejo. Iba a salir al pasillo un momento para hablar con el detective, pero entonces ella había continuado hablando.
−Recuerdo que el bebé lloraba muy fuerte. Su llanto me aturdía. Dejé de sentir el tiempo en el instante en que mi mano tocó el mango de la pala, el sonido comenzó a alejarse, el bebé estaba dejando de llorar o yo me había quedado sorda. El suelo estaba duro. Sudando, llorando, logré enterrar la pala. El llanto seguía desvaneciéndose, ya casi no lo oía. El montón de tierra iba aumentando. Mis manos y antebrazos ardían. Mis ojos ardían. Las lágrimas los nublaban. La pala dio contra algo duro y el sonido retumbó dentro de mi cabeza. Lo sentí en mi cuerpo como una descarga. Ya no se oía nada. Solo veía las hierbas agitadas por el viento...
−¿Qué pasó después?
−Recuerdo que miraba la luna. Una cucaracha pasó por encima de mi mano y la sensación de asco me hizo sacudir el brazo. Estaba de rodillas frente al agujero en el patio. Veía lo que había desenterrado. Sentí frío.
El doctor había escrito en la libreta la palabra entierro. La mujer seguía hablando.
−Estuve tocando ese baúl... No sé cuánto tiempo... Era como si entendiera, solo mediante el tacto, las figuras, las imágenes que estaban talladas o pintadas...Era como sentirme unida a algo...
–Soy yo el que no entiende nada, para serle franco...
−Necesito regresar a mi casa, doctor.
–Ya casi. A ver, dígame qué había en el baúl, señora...
−No sé... Me gustaba la sensación al tocarlo...Luego me vi parada frente a mi bebé. Lo había dejado en el suelo del pasillo. Agitaba las manitos. Cuando lo vi me puse a llorar. Me agaché para acariciarlo y mis dedos dejaron un rastro de suciedad en sus mejillas. Me miraba las manos y las veía llenas de tierra y sangre. Mis lágrimas caían sobre su camisita y la empapaban. Lo levantaba del suelo y lo llevaba hacia el agujero.
−¿Había alguien más con usted en el patio?
−No. Cuando me arrodillé frente al baúl el bebé comenzó a llorar. Traté de calmarlo, de hablarle...Recuerdo que algo me halaba hacia adelante, era como una electricidad leve... el olor a tierra, a cuero, me daban la sensación de estar frente a algo animal... y ese tirón en mis tripas aumentaba... Puse a mi hijo dentro del baúl y después cerré la tapa.
El doctor paró la grabación. Se frotó los ojos y trató de dormir unos minutos. Pero ya no podía.
−¿Qué pasó después, señora?

−Alguien me zarandeaba del brazo. Abría los ojos y veía a mi esposo y a dos policías. Mi esposo gritaba, preguntaba por el bebé, decía que por qué la puerta principal estaba trancada, que habían tenido que derribarla... Uno de los policías había desenfundado su arma y me apuntaba...
−¿Y luego?
−Me subieron a una patrulla y me trajeron aquí... ¿Puedo irme? Necesito volver a mi casa...
−¿Usted sabe dónde está su bebé?
−En la casa...
−¿Y si le dijera que no está ahí?
−Entonces mi esposo debe estar con él...
−Su esposo está en este mismo edificio, esperando que usted termine esta declaración.
Seguía un silencio en la grabación.
−Míreme –decía el doctor–. ¿Dónde está su hijo?
El doctor pulsó el stop y se dirigió a la ventana. Movió la cortina a un lado y observó la calle debajo. Aún estaba oscuro. Al lado de la grabadora estaba el grueso expediente del caso. Miró las fotografías del baúl encontrado en el patio de la casa de la mujer. Se apreciaban pedazos de tierra y un relieve en la superficie.
−La luz roja –decía la mujer.
De nuevo la grabación quedaba en silencio. Solo se oía el ruido de las bobinas.
−¿Qué pasa con esa luz?
−Era como si tuviera el poder de reclamarnos...Como si nos llamara...
–¿Cómo así? ¿A quiénes?
–Tengo que ir a buscar a mi niño, por favor...

El doctor detuvo la grabación antes de que sonara el grito tantas veces escuchado, además del forcejeo y las otras voces al fondo. La luz del amanecer entró poco a poco al estudio, a medida que él cerraba los ojos, resignado.

Comentarios

Entradas populares de este blog

IMPORTANTE: PROCEDIMIENTO DE ENVÍO DE RELATOS Y NOVELAS PARA RESEÑA

"EL GRAN DESCUBRIMIENTO"

EDICIÓN DE ABRIL