AMOR APOCALIPTICO

 

Muy buenos días, queridos amigos de la Revista Terminus. El día de hoy les traemos un relato titulado "Amor apocalíptico", de Noemí Gonzalez.

Le pedimos una breve biografía y así se describió:

"Soy nacida en Avellaneda, conurbano bonaerense en 1973, pero me crie en Adrogue, cabecera del partido de Alte Brown. Hice muchísimos talleres literarios desde el año 2003 hasta el 2006 en varios municipios del conurbano bonaerense. Tuve la oportunidad de vivir en la costa marplatense por cuestiones donde me llevó el amor, allí hice taller con Nestor Soto durante los años 2014 y 2015 donde tuve el honor de ganar el 1° Premio en Cuento y Mención de Honor en Poesía en el concurso auspiciado por la Secretaría de Cultura del municipio de Mar Chiquita en el año 2015. Tengo un blog www.matitaderelatos.blogspot.com donde comparto mis textos de género fantástico y también algunos capítulos de una nouvelle de ciencia ficción soft escrita durante este año."

Sin mayores trámites, su relato:

AMOR APOCALÍPTICO:

Ocurrieron mil cosas, como cuando chocan los meteoritos contra la tierra uno tras otro, en una escena de espanto estrepitoso, aunque con cierto azar; dirían los que no creen en Dios y sí, en el poder de las piedras y del cosmos chillando ante los últimos estertores de un mundo agonizante que se lanzaron valientemente fuera de las casas arrastrando horribles maldiciones al aire. Y en la llameante entrada de una casa una voz leyó una cita tras otra de la Biblia con una preocupación visible, hasta que se carbonizaron todos los árboles, plantas, cimientos hasta que todos los cables de las torres se retorcieron y se extinguieron dando un olor a chamuscado que humillaba las fosas nasales de los que habían quedado vivos.

La pareja miro con un asombro de ingenuos, y la ciudad devastada se mostraba por donde se mirase como un espectáculo negro y casi fantasmagórico, desaparecida del mapa terrestre para ellos, devastada en contraste con el límpido cielo azul. Y miraron lo que tenían ante sus ojos como si les angustiara que ellos estuvieran vivos. La mujer suspiro y dijo:

-¿Y ahora que vamos a hacer?

-Habrá que pensar en algo-dijo el hombre con voz de ultratumba.

-¿Por qué no te fijas si hay electricidad en la casa?

-¡Mujer, estás loca! ¡Es obvio que no hay! ¡La ciudad y me atrevería a decir que el mundo ha muerto!

La mujer de largo pelo castaño sacó su celular del bolsillo de su campera y lo desbloqueo. Sus ojos se abrieron grandemente. 

 -¡Tampoco hay señal!

-¡Estamos solos!

-¡Ante la nada!-agregó el hombre entrecerrando sus ojos ante el espectáculo sombrío.

Era la hora del atardecer. Nada se escuchaba. Solo un viento con olor a quemado tenía la insolencia de presentarse como un invitado indeseado. En el pequeño arbusto de hojas con aristas redondeadas como de muérdago, frente a la entrada de la casa, brilló como una joya un brote nuevo que nacía frente al menguo de la luz. Una voz habló cortando la aridez del silencio.

-¡Tendremos que irnos!

-¿Adónde?

-¡A cualquier parte donde haya vida!

La mujer no habló como si tuviese miedo de proferir palabra frente a la inmensidad ruinosa del paisaje.

Indudablemente, no es lo que nosotros prefiramos sino lo que él prefiere.

-¡Otra vez estás hablando de Dios! ¿No puedes dejarlo tranquilo alguna vez?

-Siempre tuve conversaciones con Dios. ¿Por qué no habría de hacerlo ahora?

-Entiendo, pero no es momento para tener tus conversaciones con tu Yahvé. ¿Acaso no te das cuenta de que estamos en el medio de la nada? ¡Todo está destruido!

-¡Por eso mismo es que debo hablar con él! ¡Para que me guie en el medio de la adversidad!

-Hace lo que quieras. A mí nunca me escuchó.

-¿Vos seguís resentida, verdad?

La mujer no contestó. El hombre le dio la espalda. Su cabeza emergía como un casco gris contra un fondo de edificios derruidos por el fuego, árboles sin sus copas y una humareda lejana visible a lo lejos. La espalda pareció moverse en cuestión de segundos, los músculos volvieron a su posición normal, no obstante la misma chaqueta parecía emanar desde sus arrugas una preocupación visible y constante que provenía de la cabeza del hombre.

-¡Ismael! -¿Qué pasa ahora?

-¿No los ves, a los pájaros que están emigrando hacia el sur? ¡Son bandadas!

El hombre giro la cabeza y sonrió.

-¡Es la señal que estaba pidiendo! ¡Me contestó!

-¡Tu Yahvé amado!-agregó irónicamente la mujer.

-¡Hay que ir hacia el sur! ¡Vamos!¡Levántate Julia!

-¡No me des ordenes!

El marido hizo caso omiso de lo dicho por su mujer y comenzó a caminar con ímpetu. Ella se levantó con cansancio y antes de seguir a su marido se dio vuelta para observar lo que quedaba de su morada. De las guaridas que imprevistamente habían hecho los roedores salieron disparadas cientos de cucarachas. La mujer grito y las maldijo. Tropezó con el frente de un auto casi chamuscado y se detuvo para aspirar el aire toxico. Resopló varias veces antes de que su marido la tomara por el brazo y la ayudara a emprender el paso. Luego, mientras la luz iba menguando siguieron su camino como ladrones que no desean ser vis-tos en un ambiente desolador y atemorizante. Cuando avanzaba la noche, la tierra se abrió en dos marcando una hilera serpentina golpeando las cosas que todavía quedaban en pie; los animales que se hallaban cobijados salieron de sus cuevas, los humanos aún vivos vieron con horror la rajadura como dientes cortantes que los deseaba tragar.

-¿Y ahora que vamos a hacer? ¡No tenemos salida!

-Tranquilízate. Ya nos marcó la salida de este atolladero. No tenemos el control de nuestra vida. ¿Cuántas veces te lo dije?

-Recuerdo que es una de tus frases favoritas. ¡No es el contexto!-le contestó la mujer que termino su frase con un rictus que marcaba amargura en la fina línea de su boca.

-¿Hasta cuándo vas a seguir enojada con la vida? ¿Seguís estando resentida, verdad?

La espalda de la mujer a la altura de los omoplatos se encogió como queriendo resguardarse de algo o quizás de alguien. Apretó la mandíbula y la línea de sus ojos se desdibujo al entrecerrarlos. Detrás de ella el crepúsculo dio origen a que todas las cosas se perdieran en un lugar oscuro que por su mutismo robaba a la calma. El hombre, apoyado contra lo que quedaba en pie de un poste de luz, contemplaba con la vista perdida a un horizonte lejano. De pronto, habló:

-Tendremos que descansar aquí. Lamento no tener una manta para por lo menos no quedar por la mañana tiesos como un árbol. 

Se recostó sobre un césped aun tibio por el calor que parecía emanar del centro de la tierra, y llamó a su esposa para que se tendiera al lado de él. Ambos se quitaron sus chaquetas y las dispusieron como una manta sobre el pasto. Durante toda la noche incluso cuando los fuertes rayos del cenit deslumbraron con todo su fulgor a la atmósfera, ellos permanecieron dormidos.

El gavilán cola roja se posó sobre la punta del poste de luz, extendió sus alas café, erizó las plumas de su cabeza y espalda como viendo un rival a lo lejos. Su pico se abrió para vocalizar su canto seductor y emprendió el vuelo.

La pareja se despertó, ambos se deshicieron de su abrazo sorprendidos de que una mañana los encontrara vivos. En la punta de un techo a dos aguas el aguililla cola roja volvió a abrir su pico. Sonó su canto.

La voz masculina se hizo notar en una resonancia lejana.

-¿Qué te parece si emprendemos el camino?

-¿Qué camino?

-Sabes que el rencor te va a encoger los huesos.

-¿Está escrito?-la voz de la mujer sonó irónica.

Claro, que sí. No te hablo por hablar.

A veces pienso que tu Dios habla a través de vos.

No siempre el Señor habla a través de otros. Te lo dijo todo el mundo, que debías perdonar. Yo no puedo hacer más nada.

-¡Vos también tuviste que ver!

-¿Cómo puedes acusarme a mí de hechos que no están bajo mi control? Te lo dijeron los médicos. Tenía que pasar. Quizás haya una segunda oportunidad. Quién sabe.

-¡Lo que decís suena desatinado en este contexto que tenemos!¡Ni siquiera tenemos para comer! ¡Ni si te ocurra tocarme!

-¡Basta Julia!

La mujer se levantó con apresuramiento y se tomó las manos restregándolas como para limpiárselas. Otra vez el canto del aguililla sonó. El hombre camino por el sendero que marcaba una calle atravesada por escombros, ramas de un árbol, automóviles que despedían olor a una mezcla de gasolina quemada. Las pupilas del individuo se contrajeron al ver una sombra que media apenas un metro cincuenta. El cuerpo al que pertenecía la sombra se ocultaba en la parte trasera de un auto. Acelerada la sombra se presentó ante la vista sorprendida de la pareja. Una niña pálida y llorosa apenas vestida se arrojó hacia ellos. El rostro de la mujer pareció cobrar vida, de repente.

-¡Viste mujer!¿No era lo que estabas esperando? Yahweh contestó el deseo de tu corazón.

Los cuerpos de ambos formaron una ronda donde la niña era el centro total del amor de padre y madre. Las plumas rojas del aguililla batieron la retirada hacia el horizonte.

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