EL DIOS RAMA

 

Muy buenos días, estimados amantes de la ciencia ficción y el terror. El día de hoy les traemos un nuevo relato de autoría de Nicolás Manfredi, a quien ya tuvimos el placer de publicar en el pasado y a quien sin duda recordarán. En esta ocasión fue tan amable de confiarnos su relato, titulado "El Dios Rama". Sin mayores preámbulos, el relato:

 

EL DIOS RAMA
Dave, de diez años de edad, caminaba solo por un bosque. No tenía idea de por qué se encontraba allí. Recordaba que había ido al baño en una gasolinera al costado de la carretera mientras su mamá aguardaba en el auto.
La ida al baño, es cierto, fue un tanto extraña. Cuando se dispuso a entrar, el pestillo giró sin que él hubiera hecho nada y la puerta se corrió hacia atrás con un chirrido sonoro.
Una vez dentro, vio un pasillo que se le antojó curiosamente largo. Una alfombra roja recorría toda su extensión y las paredes estaban llenas de espejos. Lo más llamativo es que no había ninguna puerta, excepto por una única salida que parecía dar hacia afuera, pues la luz del sol se filtraba por ésta. Recordó haber leído “BAÑO” en la etiqueta de la puerta antes de entrar, pero no podía encontrarlo por ninguna parte.
Miró hacia atrás y, de súbito, la puerta por la que había venido se cerró con una fuerza tal que le hizo saltar en el lugar. Pensó que ya no quería estar ahí. Sintió un escalofrío en la nuca, como si una mano le tocara. Dio un nuevo salto y esta vez corrió hacia la única salida que veía. Una vez fuera, vio un inmenso bosque frente a él con un único camino transitable. A ambos costados los árboles lo cubrían todo y no se veía ninguna casa o edificio en las cercanías. Volvió la vista hacia atrás y lo que vio lo hizo entrar en pánico: la gasolinera ya no estaba.

En ese momento, se arrepintió de haber desobedecido a su madre. No debería haber comido sin consultarle tres de los brownies especiales que ella había preparado para sus amigos, quienes vendrían a visitarlos esa misma noche. En seguida se le vino a la mente el relato de Johnny, su mejor amigo, cuando le contó que su hermano mayor le dio a probar algunos una vez; durante toda la tarde siguiente vio un conejo erguido en sus patas traseras que vestía un chaleco y cargaba un reloj de bolsillo, repitiendo una y otra vez “ya no hay tiempo”. Aquello le había parecido una locura total, producto de la imaginación de su amigo.
Mas en ese momento Dave tenía la sensación de estar
experimentando algo similar. Pensó que, quizás si tan solo se quedase quieto, el efecto de los brownies desaparecería y volvería a estar en el baño de atrás de la gasolinera.
Entonces las ganas de mear se hicieron mayores. Se dirigió hacia uno de los árboles del costado del camino y, una vez hubo vaciado la vejiga, se subió la cremallera, se abotonó el pantalón y reanudó la marcha.
No tenía idea hacia dónde ir, así que decidió seguir adelante. “Mamá”, gritó entonces. “Mamá, ¿dónde estás?”, dijo varias veces, pero no obtuvo respuesta.
A poco de caminar, se encontró con un cruce de caminos en el medio del bosque. Prestó más atención y le pareció ver a una persona recostada contra el tronco de un gigantesco sauce llorón. Por el tamaño de sus piernas, parecía un niño, de manera que Dave decidió acercarse.
Estando a pocos metros de distancia, pudo notar que el niño llevaba una chaqueta impermeable negra con la capucha puesta y unas botas de lluvia marrones. Le pareció algo extraño, puesto que aún faltaban un par de semanas para el otoño y el cielo estaba despejado.
—Hola —dijo Dave—, me llamo David. ¿Cómo te llamas tú?
El niño de la chaqueta no contestó. En vez de eso, una risita macabra se asomó por sus labios haciéndose cada vez más estridente. Dave dio unos pasos hacia atrás y pegó un grito, pero lo que pasó después lo descolocó. El niño se quitó la capucha y le miró, sonriendo con los ojos cerrados. Entonces Dave se calmó, aunque no del todo, pues la piel del niño era bastante peculiar: parecía hecha de raíces y ramas.
—Hola —dijo entonces el niño misterioso—, mi nombre es Rama. También me llaman Raíces, Sombra, Descanso, Hojas, Savia, Tronco, Río y Roca. Pero a mí me gusta Rama.
—Hola, Rama —prosiguió Dave—. Mucho gusto en conocerte. ¿Vives aquí, en este bosque?
—Sí —dijo el niño.
—¿Y qué haces todo el día?
—Me como niños —fue la respuesta.

Dave abrió los ojos como un plato; lo había dejado sin palabras.
—Jajajaja no me hagas caso —dijo entonces Rama—. Me gusta asustar a la gente.
—¿Por qué dices “la gente”? No te entiendo. ¿No eres una persona?
—Claro que sí —contestó—. Soy una persona que corta los árboles, quema los bosques para hacer plantaciones y mata todos los animales que lo habitan. Me gusta ver al bosque morir.
—No hablarás en serio —dijo Dave, un tanto decepcionado.
—Pues claro que no. Pero tú haces preguntas tontas —contestó, y comenzó a reír de nuevo.
—¿Sabes cómo salir de este bosque? —dijo Dave, ahora un poco ansioso.
—Pues claro —dijo Rama—, pero antes tengo una propuesta para hacerte.
—¿Qué propuesta? Yo solo quiero irme de aquí. Quiero irme a casa con mi mamá.
—No sé donde está tu mamá —dijo Rama, levantándose—. Pero sí se de un lugar fantástico en el que te divertirás mucho.
—¿Es muy lejos? —preguntó Dave.                                                                     —¡Qué va! Es muy cerca de aquí —dijo Rama—. Ven conmigo
—continuó y comenzó a correr por el camino de la izquierda.
—¡Oye! ¡Espérame! —gritó Dave y corrió en pos del otro niño.
Entonces Rama se apartó del camino y se adentró en lo profundo del bosque. Comenzó a reír, pero esta vez la risa resonaba encima de Dave y parecía provenir de todas las direcciones.
Dave comenzó a gritar el nombre de aquel niño extraño hasta que escuchó su voz:
—¿Quieres venir a mi lugar especial? —dijo una voz macabra y grave que Dave escuchó como si estuviera al lado suyo.
—No, quiero irme a casa —dijo el niño, asustado.
—Si no vienes a mi lugar especial, jamás encontrarás tu casa — contestó la voz, esta vez más aguda y suplicante. Escuchó cómo Rama comenzaba a llorar y le dio lástima haberle dicho que no.
—Está bien —dijo Dave—. Te acompañaré a tu lugar especial.
—¡Que así sea! —contestó una voz todavía más tétrica que la anterior y el suelo de hojas se apartó bajo sus pies.
La tierra se movió y Dave cayó dentro. Luego ésta volvió a su lugar y, donde antes había habido un niño, ya no se veían más que un colchón de hojas con tierra debajo.

Una semana más tarde, un grupo de niños que realizaban una excursión escolar en el bosque se detuvo bajo un pequeño árbol. Éste tenía una forma muy extraña: el tronco se asemejaba a un niño gritando con los brazos extendidos hacia arriba y las piernas hundidas en la tierra. El rostro del niño podía verse con claridad, tallado en la mismísima corteza, como si fuera parte de ella.
Cuando la excursión por fin iba a levantar campamento y regresar al autobús, Alanah, una dulce niña de sexto grado vio una figura bajita con una chaqueta impermeable negra ocultándose tras un árbol. La figura salió corriendo y ella decidió seguirle. Yendo detrás, gritó:
—Hola, niño ¿Quién eres? ¿Estás perdido? Ven, no te haré daño. No me dejes atrás. 

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