"HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE" y "DETRÁS DE TI"

 

Muy buenos días, estimados amantes de la ciencia ficción y el horror. Esperamos que anden muy bien, a salvo de la pandemia que tanto nos ha complicado las vidas y ensombrecido los días.

El día de hoy les traemos dos relatos nuevos. 

El primero pertenece a Helly Raven, quien ya participara en el pasado en la Revista. 

Se autodescribe de esta manera:

"Mi nombre es Helly, tengo 27 años, soy cubana y escritora autodidacta. Graduada de Veterinaria.He participado en varios concursos literarios a nivel nacional, sin recibir galardón en ninguno, por desgracia. Hasta el momento mis historias solo están publicadas en Wattpad, un relato corto en el blog de Míster Floser y una colaboración con el podcast La Casa Embrujada de Twitter. Además colaboro también con una revista online de rock, de nombre Opia Magazine.

Redes sociales:
Twitter: Helly Raven (helly_on_erebor)
Wattpad: Helly Raven (CrowWithAMouth)
Medium: Cuervo Escritor"


A continuación su relato:


HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE por Helly Raven
La primera vez que Rita escuchó aquella voz cavernosa saliendo de algún lugar en el interior de su casa, estaba tendida en el sofá de la sala, concentrada en la trama de la novela que veía.
-Los declaro marido y mujer, hasta que la muerte los separe.
Se incorporó, sorprendida pero no asustada, al menos, no todavía. Vivía sola en la gran casa, legado de su familia, desde el otoño anterior, cuando su esposo John había fallecido después de luchar tantos años contra el cáncer.
-Hasta que la muerte los separe- repitió la voz. Esta vez sí la hizo dar un respingo y ponerse en pie como impulsada por resortes.
¿Hola? ¿Hay alguien ahí?- Solo respondió el tic tac del reloj de pared.
Frunció el ceño, pausó la televisión y se dispuso a recorrer la casa, realmente molesta al pensar que alguno de los hijos de sus vecinos le estuviera jugando alguna broma de mal gusto. Avanzó por el pasillo, abriendo habitaciones, comprobando que las ventanas estuviesen aseguradas y no hubiese nadie merodeando en los alrededores. Al llegar a la espaciosa cocina sin encontrar nada
anómalo, comenzó a recriminarse por asustadiza, al tiempo que regresaba hasta la sala.
En ese momento, decidió no darle mayor importancia al asunto y olvidar el incidente. Dos días después, a la vuelta de una larga jornada de trabajo, mientras dejaba las bolsas y se quitaba los zapatos, volvió a escuchar la misma frase.
-Nos declaran marido y mujer- una pausa y luego, en un tono más elevado- Hasta que la muerte nos separe.
Rita pegó un grito y salió disparada por la puerta, hasta llegar a lo que le pareció la relativa seguridad del jardín delantero. Le temblaba todo el cuerpo, incluso podía notar cómo sus dientes castañeaban; había reconocido la voz de su difunto esposo.
“No, no, no. John está muerto y enterrado hace un año. Ha sido mi imaginación, no hay duda”, se repetía en un esfuerzo por controlar los nervios.
Por un momento se sintió observada, ladeó el rostro y descubrió a Úrsula, su vecina, a quien siempre había considerado una vieja bastante metomentodo, sentada en una mecedora en el porche, sonriendo.
-Hola, Rita- su sonrisa se ensanchó- ¿Ocurre algo, querida? Te ves un poco pálida.
Sin prestar atención a la siniestra anciana, respiró profundo y volvió a entrar en la casa.
-Escúchame bien, Rita.- se dijo- Aquí no hay fantasmas. Los fantasmas no existen. No has escuchado nada más que el ruido de las cañerías en esta casa tan vieja.Sin embargo, como queriendo burlarse de ella, se repitió aquel susurro que rodaba por las paredes como un dado enloquecido.
- Hasta que la muerte nos separe.
Esa noche le fue imposible conciliar el sueño. Las palabras, ahora más parecidas a una sentencia, la perseguían incluso tras la oscuridad de sus párpados. Por mucho que se repitiera que su situación se debía solo a una crisis de estrés, producto del luto que no lograba asimilar y la cantidad agobiante de trabajo, no lograba convencerse. Daba vueltas en la cama, evitando dirigir la vista hacia las sombras de la habitación, donde le parecía que encontraría sin duda a alguien observándola.
Como recurso final, se prometió que haría cita con un psiquiatra para la próxima semana e intentaría tratar el tema; aunque a la mañana siguiente su convicción de buscar un especialista había pasado.
Al correr de los días, la voz se fue haciendo más intensa, repitiendo constantemente la misma cantaleta: “Los declaro marido y mujer, hasta que la muerte los separe”. Rita vivía en un eterno sobresalto que ni las píldoras para la ansiedad podían calmar. Para el fin de semana, también se sentía observada y no se atrevía a comentar la situación con nadie.
La madrugada que precedía al domingo, día de su cuadragésimo cumpleaños, fue de las peores.
El tono de las palabras repetidas se había tornado casi en gritos que retumbaban por las habitaciones; por momentos era la voz de su difunto John, en otras ocasiones era la del sacerdote que había presidido la ceremonia y a veces, ni siquiera lograba identificar su procedencia, aunque era igual de aterradora. Cuando Rita estaba convencida que había enloquecido y se encontraba encerrada en el manicomio, presa de horribles alucinaciones, la voz enmudeció.
Su alivio no duró más de unos segundos, al comprobar que una figura encorvada la contemplaba desde la puerta de su recámara. Úrsula estaba de pie en el umbral, sosteniendo en sus callosas manos la corbata favorita de John, misma con que le habían enterrado.
-Mi preciosa Rita, te he traído un bonito regalo de cumpleaños, para que entiendas cuánto piensa en ti esta vieja metomentodo –comentó al tiempo que se apartaba para dar paso a una criatura que parecía extraída del peor de los cuentos de horror.
Su esposo avanzó dando tropezones hasta la cama, con ambos brazos extendidos en su dirección.
Tenía la camisa hecha jirones, permitiendo ver con claridad los huesos descarnados de sus costillas, emanando un terrible olor a podredumbre imposible de respirarse. Pero lo peor era su rostro, torcido en algo que semejaba una sonrisa, dejando al descubierto una boca llena de gusanos; un ojo le colgaba sobre la mejilla, el otro había desaparecido.
-Ven, amor mío –susurraba aquella cosa- estemos juntos hasta que la muerte nos separe.Rita comenzó a dar alaridos, al tiempo que se esforzaba, en vano, por alejarse de la criatura pesadillezca que se le echaba encima.
A la llegada de los oficiales de policía que habían convocado los vecinos tras escuchar los horribles gritos, encontraron la casa oscura y vacía, aunque un olor nauseabundo permanecía flotando en el aire del interior.
Entre todo el gentío reunido frente a la casa, que los policías se vieron en la necesidad de entrevistar buscando pistas, nadie se fijó en la anciana que, desde el porche de al lado, contemplaba la escena con rostro satisfecho.


El segundo relato que les traemos se titula "Detrás de ti". Su autora es C. Moon y ésta es su biografía: "C.Moon es el pseudónimo con el que Pilar Ramírez escribe para diferenciar su trabajo como traductora. Nació en Murcia, pero ha estado viviendo en Valencia y actualmente en Barcelona, donde ahora tiene que convivir con un gato un poco travieso. Adora la literatura y los cómics, sobre todo de los género de fantasía, ciencia ficicón y terror. Desde hace ya un par de años trabaja como gestora de proyectos y traductora y correctora de cómics. Como parte del colectivo LGTBI+ le gusta siempre incluir personajes diversos en sus relatos." "Soy @pilunotfound tanto en Twitter como en Instagram".


C. Moon

Detrás de ti

El aliento se le escapa de la boca al despertar de forma tan súbita. Con el corazón tratando de salir por su garganta y el sudor frío resbalando por su espalda, Alex intenta arroparse en la seguridad de sus sábanas para espantar el horror de su pesadilla. Apenas recordaba sobre qué había sido, pero el miedo todavía seguía recorriendo su cuerpo incluso despierta. Nunca había tenido problemas para dormir, aunque su abuela solía decir que necesitaban una bomba para despertarla. Pero esa casa nueva la pone de los nervios. No pasa un día sin escuchar crujidos, ni murmullos en habitaciones vacías, ni pasos resonando en la distancia cuando no hay nadie. Apenas ha pasado una semana desde que su familia se instaló y Alex ya está más que harta. Tan solo es una pesadilla, no tiene nada que temer. O por lo menos eso se repite mientras va a por un vaso de agua. Solo una pesadilla.

—Alex, pero ¿qué estás haciendo aquí a estas horas? —la voz de su madre la asusta un poco—. ¿Otra pesadilla?

—Son solo los nervios del primer día de clase —Alex intenta poner una sonrisa, pero hasta ella sabe que es forzada.

Está a punto de subir las escaleras cuando siente de nuevo esa presencia detrás. Se gira con rapidez para ver unos ojos oscuros en el espejo de la entrada que la miran fijamente. En otra ocasión, hubiese gritado con todas sus fuerzas, pero el miedo ha alzado la mano y ha encerrado la voz de Alex en lo más profundo de su ser. Todo su cuerpo se queda congelado ante esa mirada tan extraña y familiar al mismo tiempo. Sabe en ese instante que son los mismos ojos que le han hecho despertarse temblando en su cama. Es la primera vez que lo ve de forma tan directa, aunque su presencia la ha seguido desde que pisó esa casa hace apenas una semana. Cuando por fin puede reaccionar y avisar a su madre de que hay alguien mirándola (te lo dije, nunca me escuchas) el espejo solo le devuelve su propio reflejo. Alex corre hacia el espejo para comprobar que, efectivamente, ya no hay nada allí. Cuando se da cuenta de la mirada de su madre, decide sonreír como si nada. En ese momento lo último que necesita es una charla.

Cuando Alex llega a casa tras su primer día de clase, está sola como siempre. Sus padres trabajan hasta tarde aunque no es que le importe mucho. Ha vivido prácticamente sola toda su vida y está perfectamente conforme con ello. El crujido que sacude toda la casa mientras sube las escaleras hacia su habitación no podía ser más oportuno. En su nuca puede sentir un aliento frío que recorre su espalda, despertando el pánico de la otra noche. En ese preciso instante, sabe que hay alguien detrás, no hay forma de que Alex pueda mentirse a sí misma. Puede ver una sombra superpuesta a la suya proyectada en la escalera. Puede sentir sus ojos mirándola con un odio que jamás había sentido en su vida. Su presencia se cierne sobre ella como una ventisca helada que deja su cuerpo completamente parado. El miedo la paraliza impidiendo que mueva un músculo. Aquello no puede estar pasando, es completamente imposible. Pero los dedos que rozan su espalda son demasiado tangibles para ser una mentira. Apenas tiene tiempo de girar la cabeza un poco cuando la mano helada la empuja por las escaleras.

Sus ojos consiguen vislumbrar la imagen de un chico. Pelo negro enmarañado y con una expresión de eterna tristeza marcada en su piel traslucida. La imagen desaparece de su vista antes de que pueda fijarse en más detalles, porque de repente el techo está frente a sus ojos y Alex se da cuenta de que está cayendo. El primer golpe es el más duro ya que los peldaños se clavan en su espalda como cuchillos. El dolor le impide pensar en el crujido que su cuerpo produce al colisionar con la escalera. Su cuerpo rueda hasta aterrizar en el suelo del primer piso. Logra soltar un sollozo de sufrimiento mientras se gira para comprobar que, en efecto, la figura sigue a los pies de la escalera. El miedo es más fuerte que su dolor, en esos momentos, sobre todo si tiene en cuenta el hecho de que sea quien sea ese chico acaba de intentar matarla. No tiene tiempo para pensar quién es o cómo ha entrado en casa. Necesita salir de allí inmediatamente. Las piernas le protestan cuando se levanta, tonos púrpuras empiezan a adornar su piel, pero aun así corre como puede hasta la puerta. Su voz está ronca cuando intenta gritar pidiendo ayuda al coger la manija. La esperanza surge de nuevo cuando choca con otro cuerpo al intentar salir.

—¿Alex? —su madre la mira extrañada—. ¿Qué te ha pasado?

—¡Ha intentado matarme! —grita en mitad de la calle. Su madre mira alrededor para comprobar que ningún vecino las está escuchando y se mete en la casa con su hija rápidamente—. ¡Está ahí, en la escalera!

—¿Anoche no tuviste una pesadilla? —la pregunta de su madre tiene ese tono de burla que Alex tanto odia. Ese tono que en su casa se usa para desacreditarla, porque «todavía eres una niña Alex, como vas a saber de nada».

Alex se queda callada mientras ve como su madre suspira y se lleva las manos a la cabeza. Una parte de ella está horrorizada de que piense que se está inventando todo eso solo para llamar la atención. La otra ya esperaba esta reacción. Para sus padres todo lo que hace es solo parte de la rebeldía de la edad. La pobre niña que pasa mucho tiempo sola intentando captar la atención haciéndose daño a sí misma. Aprieta los dientes y cierra los puños porque su primer impulso siempre son los gritos. Pero con el tiempo ha descubierto que las rabietas solo hacen que todo sea peor, les dan poder a sus padres para desestimar sus opiniones (pero no lo entienden, nunca escuchan, solo quiero que me comprendan). Así que se calla, deja que su madre siga con su discurso sobre lo irresponsable que es. Se lo sabe de memoria: lo mucho que trabajan para que ella tenga una vida mejor (mentira, papá y tú ya nunca os habláis y no soportáis estar en la misma casa), todo lo que han hecho por ella (nunca has aceptado verme como soy de verdad), lo dramática que era siempre (quizás si escuchases mis problemas de vez en cuando).

El frio viene de forma tan tenue que no se da cuenta hasta que pasan unos minutos y puede ver su aliento flotando frente a ella. En su espejo está el chico de pelo negro. Su primer impulso es alejarse de la cómoda y gritar, aunque sabe que nadie va a venir a comprobar que pasa. Pero para su sorpresa el chico de pelo negro no hace nada, solo la mira con unos ojos vacíos. Alex se toma un momento para estudiar la cara que se refleja en el espejo. Debe de tener su edad. O tenía. No sabe muy bien como referirse a él. Pero por lo menos en esos momentos no parece muy aterrador. Con cuidado, se sienta frente al espejo.

Yo... te entiendo, es una voz muy suave.

—¿Tus padres también son imbéciles? —La imagen se mueve un poco como si se estuviese riendo— Gracias, ¿q-quién eres?

Vivo... aquí, explica el chico. Parece que quiere decir algo más, pero no puede. Ahora que se fija su imagen cada vez es más traslúcida.

—Quieres decir que vivías. Yo vivo aquí ahora.

Es probablemente un error decir eso porque el ceño del chico se frunce. Todavía no la mira con el odio de antes, pero ese aspecto dulce, que tanto le recuerda a ella en sus momentos más bajos, se ha roto. Ha aparecido algo similar a la rabia, que dibuja sombras en una cara que antes era muy clara. Sus ojos rodean toda la habitación estudiando cada detalle.

Mi... habitación, susurró. Vete.

En el momento en el que el cristal comienza a quebrarse nota un cambio radical en el ambiente. La baja temperatura hace que su cuerpo tiemble un poco. Ha notado muy pronto que algo está sucediendo, algo distinto. No sabe decirlo con seguridad, pero sabe que algo está a punto de cambiar. Intenta buscar en el espejo algún retazo de pelo negro sin ningún éxito. Porque él ya no está delante. Está detrás.

Lo he intentado, susurra.

—¿Intentar el qué? —pregunta con cuidado Alex.

Entenderte, su voz sigue pareciendo lejana, aunque Alex juraría que la ha escuchado antes. No quería... hacerte daño.

Antes de que pueda intentar apaciguarlo, uno de sus pinceles de maquillaje comienza a flotar y se clava donde justo hace unos segundos estaba su ojo. Consigue dar un giro brusco y cerrar la puerta de uno de los baños, esperando que eso pueda retenerlo. Está abriendo una de las ventanas para poder salir por ahí, dejando sus dedos en el alfeizar para apoyar el cuerpo. El paisaje que puede ver desde ahí abre un camino de libertad. Siente tal alegría al poder escapar de esa locura que no nota que los crujidos se están acercando. La ventana cae sobre sus dedos con un golpe seco, casi amortiguando el sonido morboso que producen sus huesos cuando el peso los aplasta. La voz de Alex cubre toda la casa con un grito de dolor.

Porque duele.

Duele.

(DUELE.)

Cállate.

(Vete.)

No siento los dedos.

(Esta es mi casa.)

Nunca fue tuya.

(Devuélvemelo.)

Es mío ahora.

(Por favor, no me hagas hacerte daño.)

A esto llamas daño, tú no sabes lo que es el dolor.

(Ya basta, para, por favor.)

Me he esforzado mucho por conseguir esto y si piensas que voy a dejar que un niñato como tú me estropee la fiesta estás muy equivocado.

(¿Por qué me odias tanto? Yo nunca te he hecho daño.)

La vida no es justa. ¿Qué pensabas hacer con el truquito de la escalera? ¿Creías que iba a asustarme y a salir corriendo para no volver jamás? Tan solo eres un alma en pena que no le importa a nadie. Pensaba buscar una forma cómoda de desaparecieses, pero si no quieres irte por las buenas, tendrá que ser por las malas.

(No, no, no. Vete, vete, vete, por favor, tengo miedo)

Por favor, mamá, tengo miedo.

No digas tonterías, Alex, solo es una película.

¿Puedes quedarte esta noche conmigo?

Tengo que terminar un trabajo, cariño. Ahora por favor, cuelga el teléfono y dile a l niñera que te lleve a la cama de una vez.

Papá ha dicho lo mismo.

Pues entonces se una buena chica y hazle caso.

No soy una chica.

Déjate de tonterías, Alex. A la cama.

Pero, mamá, yo...

Cuando Alex despierta no recuerda muy bien que ha ocurrido a excepción de ecos y llantos resonando en su cabeza. Sus manos están hinchadas y con un horrible color púrpura, pero por lo menos parece que está completamente sola. No puede creer que se haya desmayado del dolor cuando la ventana le ha pillado los dedos. Espera durante un rato para ver si el chico de pelo negro se encuentra cerca, pero no hay ni rastro de él. Con cuidado sale al pasillo abriendo la puerta con los codos. Las manos le duelen a rabiar y necesita llegar al botiquín del baño de arriba cuanto antes para evaluar el daño. Debería ir al hospital, pero no se siente con fuerzas de llamar a sus padres para que le digan que no es nada y que, de nuevo, solo está llamando la atención. Así que, cuando llega al botiquín, coge uno de los botes de su padre y se traga dos pastillas de forma automática mientras deja que el agua fría le calme la hinchazón. Sospecha que al menos dos de sus uñas van a caerse por el mal estado en el que se encuentran. En otros momentos le parecería algo horrible, pero ahora su mente está demasiado concentrada en una cosa. Tiene que hacer desaparecer al fantasma.

Es hora de dejar las mentiras.

El otro Alex está en la puerta del salón, esperando con paciencia a que ella baje las escaleras. Ninguno de los dos tiene prisa y aprovechan el tiempo para medirse con la mirada. Con cuidado, el chico señala a la estantería donde están los álbumes de fotos. Alex hace mucho tiempo que no los mira, en parte porque cree que es una de esas tradiciones anticuadas que su familia debería dejar de una vez, junto con bendecir la mesa. Como ve que ella no hace ningún gesto por acercarse, el fantasma hace que la estantería tiemble hasta que uno de ellos cae boca abajo en el suelo.

Mira las fotos.

Y de nuevo está ahí ese tono tranquilo y apaciguado que a Alex no le gusta nada. Le hace pensar que no importa lo que haga ya ha perdido (y no va a dejar que eso pase). Es como si de repente el otro Alex se creyese superior. Como si aquella disputa ya tuviese un vencedor claro y fuese obviamente él. Agarra el álbum de fotos como si nada con la barbilla un poco alzada. Lo abre esperando ver alguna de las típicas fotos familiares con su familia, pero de repente se queda parada (esto no está bien).

En las fotos no está ella (nunca estuvo).

Escondido detrás de su madre hay un chico de pelo negro con un vestido rosa. Tiene los ojos oscuros y está obviamente avergonzado de tener que hacerse esa foto. Es exactamente idéntico al otro Alex (¿o es el verdadero Alex?). Pasa las páginas a toda velocidad sin creer lo que está frente a sus ojos. El otro Alex va creciendo en las fotos, dejando los vestidos por ropa deportiva a la vez que el ceño de sus padres va aumentando. Hay una de ellas especialmente arrugada, como si hubiesen intentado tirarla varias veces, en la que el otro Alex está envuelto en una bandera azul, rosa y blanca con varias personas. Pero no hay signos de ella por ningún lado.

—No sé qué truco has hecho, pero deshazlo ahora mismo.

No es ningún truco, Alex suspira. Esa es mi familia. La tuya... falleció.

—¡No! ¡Esta es mi familia!

Nos mudamos aquí hace ya un mes. Empezaste a aparecerte ante mí, le sigue diciendo a la otra Alex. Me dijiste que querías ir a llevarle flores a tu abuela así que te deje entrar en mi cuerpo. Pero me engañaste.

—¡Cállate!

Solo quiero recuperar mi cuerpo. Puedes quedarte en la casa si quieres, pero por favordevuélveme mi vida.

—¡Esta es mi vida ahora! —chilla (perdiendo el control)—. Tú ni siquiera la estabas disfrutando, ¿por qué debería devolvértela?

En cuanto las palabras salen de su boca, la otra Alex se queda un rato parada como si no hubiese sido ella. Porque no ha podido serlo. Estaría admitiendo algo que no recuerda (o no quiere recordar).

¿Qué ha sido eso?

(¿El qué?)

Ese pensamiento oculto dentro de ella. Es la primera vez que lo oye.

(Mentira. Siempre lo has oído.)

No, eso no es verdad. Es su voz, pero no es ella quien habla. Debe de ser un truco del fantasma.

(¿Te has parado a pensar que él no puede oírme?)

¡Cállate! Estoy intentando pensar. Tiene que haber otra respuesta. Esto no puede ser. Ella está viva. Siempre ha estado viva. Ella...

Murió.

(Morí.)

Aún puede sentir las manos en el cuello presionando hasta que todo el aire escapó de su ser. Todavía puede notar las lágrimas cayendo por sus mejillas, ese olor salado chocando con sus labios mientras los gritos de su abuela ensordecen sus orejas.

Lo siento.

Las palabras de Alex interrumpen su pequeño viaje al pasado. La mira con una expresión de pena y recuerda la primera vez que vio al pobre chico llorando frente al espejo porque su madre había vuelto a regalarle otro vestido. Ellos no entendían a su hijo, igual que su abuela nunca la entendió a ella. Sintió esa pequeña unión casi de forma inmediata. Y entonces lo dijo.

—Ojalá estuviese muerto —repitió—. Eso fue lo que dijiste.

No debería haberlo dicho, Alex se retira un poco. No le gusta que le recuerden esas palabras. Estaba enfadado.

—Yo daría lo que fuese por volver estar viva —susurra la otra Alex.

Escuché lo que pasó.

—¿Qué mi propia abuela me estranguló?

Y lo otro también.

Hay una dulzura en su voz que la otra Alex quiere arrancar de un puñetazo. Detesta sentirse tan débil. Pero sobre todo detesta el hecho de que Alex no tenga otro cuerpo para que pueda abrazarla. Después de todo lo que ha pasado, el chico todavía está intentando mostrarle misericordia. Seguramente por lo parecidos que son sus casos. Pero es demasiado tarde, la otra Alex ya ha probado lo que es volver a vivir. Ha sentido el viento bajo su pelo, el frío en su piel y el calor en sus mejillas. Y eso es algo a lo que no puede renunciar. Aunque lo siente, lo siente muchísimo por el pobre Alex. Igual que siente que no haya notado el hilillo de gasolina que empapa toda la casa.

—Me lo diste —con calma empieza dirigirse a la cocina—. Tú me diste tu cuerpo.

Fue un error.

—Pero lo hiciste, así que ¿¡por qué no te mueres de una vez!? —grita exasperada—. ¿No ves que ya he ganado? No voy a devolverte nada, ni tu cuerpo, ni tu familia. ¡Es mío ahora!

Descarta la idea en ese preciso instante. Ha sufrido demasiado a raíz de eso para repetir el mismo círculo vicioso. Pero tampoco es lo suficientemente tonto como para quedarse parado sin hacer nada esperando que la bondad surja en el corazón de la otra Alex. Ya confió una vez en eso y acabó perdiendo su propio cuerpo.

Su propio cuerpo.

Porque es suyo. No es de nadie más. Ni de sus padres, a pesar de que crean saber lo que es mejor para él. Ni de la gente que lo mira de forma extraña por la calle, pensando que se ha metido en el baño equivocado. Ni de los que se ríen sin conocer quién es en realidad. Es suyo y nadie puede dictar lo contrario. Él es dueño de su destino de la misma forma que lo es de su cuerpo. Darse cuenta le da una energía que no creía tener. No es mucha, aunque le sirve para poder empujar el alma de la otra Alex fuera de su cuerpo. Aunque no lo suficientemente rápido como para detener sus dedos raspando la cerilla contra la caja.

Y entonces está en el infierno.

Calor.

Eso es lo primero que siente a su alrededor. Es un calor tan abrasador que hasta el aire le pesa en los pulmones. Tose intentando librarse de todos los gases tóxicos que está respirando en ese preciso instante. Sus ojos ya sueltan algunas lágrimas de irritación cuando los abre. Gran parte del salón está en llamas. Desde su posición en el suelo puede ver como el fuego se está extendiendo por el pasillo. Aun así su cerebro tarda un par de minutos en funcionar. Al fin y al cabo no todos los días te despiertas de vuelta en tu cuerpo en mitad de un incendio, después de haber empujado al alma en pena de una tocaya fuera de este. No, definitivamente no es algo que se haga normalmente.

Cuando Alex finalmente comprueba que no está muerto, y en su lugar está haciendo el tonto tumbado en mitad del fuego, se levanta de forma inmediata. O por lo menos lo intenta, porque su cuerpo está completamente agotado y todavía no está encondiciones de hacer muchos esfuerzos. Por lo menos todo parece estar en su sitio. Ha ganado. Ha vuelto a su cuerpo. Deja por un momento que las sensaciones lo cubran entero, pasando las manos por sus mechones de pelo y tocando su piel áspera. Las lágrimas que salen esta vez son de alivio, así que no intenta detenerlas.

Aunque su felicidad dura poco cuando ve una figura semitransparente a pocos metros de él. La primera vez que la vio solo era un pequeño borrón y sus recuerdos sobre las anteriores veces están un poco nublados. Pero ahora está frente a él. Lleva un vestido de cuadros azules y blancos con una larga melena rubia peinada en una gran trenza. Sin embargo, lo que más llama la atención es la marca roja en su cuello.

Tú no lo querías, hay un tono de profunda tristeza en la voz de la otra Alex.

—Ya basta Alex —dice Alex Clay con suavidad, mientras ve por el rabillo del ojo como el fuego va aumentando—. Podemos intentar buscar ayuda, alguien que te ayude a cruzar.

¡Yo no quiero cruzar!, grita. Dámelo, es mío, es mío, mío, mío.

—¡No! —se pone frente a ella—. Ya no puedes hacerme daño. Tus amenazas y tus berrinches no funcionan. Siento lo que te ocurrió, pero la solución no es fastidiarle la vida a otra persona.

El fuego ya ha consumido casi la totalidad del salón y empieza a engullir el pasillo.

Por un momento la otra Alex piensa en cortarle la salida, pero aquel chico le está mostrando una determinación que lleva envidiando toda su vida. Así que le deja marcharse corriendo por la puerta mientras el fuego le lame la espalda. Cuando finalmente los bomberos llegan, Alex mira hacia la ventana esperando ver un pelo rubio y una sonrisa de suficiencia.

No ve nada.

Hay una leyenda en la ciudad, una historia típica de miedo. Sucede normalmente por las noches, pero a veces también por el día. Siempre en el área quemada de la antigua casa Fairclough. Al principio notas el frío, acariciando tu espalda como una pluma. Después son los crujidos a pesar de que la madera ya está muy calcinada como para producir ningún sonido. Después viene la voz, una risa en susurros que nunca llega del todo al oído. Y al final la presencia, esa sensación de que hay alguien más. Un reflejo de pelo rubio y de repente está ahí. Detrás de ti.

 

 



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