Primer Premio del Concurso Literario: Tras el cristal

 

Muy buenos días, estimados amantes de la ciencia ficción y el horror. El día de hoy les traemos algo especial: el Primer Premio del Concurso Literario de la Revista.

¿Qué les podemos contar sobre el autor?

Cristóbal Cabrera nació en Málaga en 1986, interesándose por la lectura y la
escritura a muy pronta edad. En esta misma ciudad cursó los estudios de
Ingeniería Técnica Industrial en la especialidad de Electrónica Industrial mientras
trabajaba y tocaba la guitarra en un grupo de música.
Su relato Lágrimas de cristal fue seleccionado para formar parte de una antología
en la II Convocatoria Internacional De Cuento Corto Libróptica, ha sido
finalista en el certamen Málaga Crea Literatura 2018 en la modalidad de
Microrelatos y finalista en el V Concurso De Relato Corto “Ateneo Mercantil
De Valencia - Premio Sebastian Tabernero".

 

Tras el cristal


Un silbido anunció la llegada del aerobús, que aterrizó con suavidad a unos metros de Claudia, haciendo bailar su vestido. El sol sacaba destellos plateados a su ya imponente aspecto. Se quedó flotando a medio metro del suelo y se abrió la puerta, mientras una voz sintetizada informaba de su destino.
El vehículo se alejó del suelo con la misma suavidad con la que aterrizó y comenzó a avanzar en dirección a la muralla de su barrio. En cuanto la atravesó el paisaje cambió por completo dando paso a una extensión frondosa llena de altos árboles y todo tipo de arbustos. Sobrevolaba la vegetación casi rozando las copas de los árboles más altos. Por encima sólo quedaban algunas nubes y la silueta del planeta vecino.
Se acomodó en su asiento, se ajustó los auriculares y se preparó para revisar una vez más la información que tenía de la cabina. Ya se sabía de memoria el funcionamiento del panel principal, sabía cómo insertar los parámetros de búsqueda necesarios y cuándo pulsar para abrir y cerrar el enlace. Tendría tantos intentos como necesitara, pero quería ir bien preparada.
Los documentos oficiales sólo contenían una breve introducción de bienvenida, el
resto se centraba exclusivamente en cómo utilizarla. A pesar de que empezó a leerlos con bastante entusiasmo en cuanto los recibió en casa, terminó aburriéndose de tantas instrucciones y detalles técnicos. La mayoría de las veces terminaba con los apuntes sobre la mesa, hablando con sus amigas o navegando por internet buscando uno de los temas que más le habían llamado la atención: la creación de la máquina. No se sabía con exactitud ni cuándo ni cómo surgió el primer enlace entre mundos, hacía miles de años que aquello debió de ocurrir, y no existía apenas documentación. Esto daba pie a que cualquier mujer pudiera replantear su posible origen.

Algunas de sus amigas decían que la puerta fue creada por los últimos hombres que nacieron en el planeta, alentados por la extinción paulatina de su género, como última esperanza para dar continuidad a la especie. Otra teoría muy extendida era la de que los hombres no eran originarios de allí, si no que venían de otro planeta en el que existía puertas similares que controlaban a voluntad.
Claudia se inclinaba a creer una teoría un poco más romántica, aunque sin ninguna base científica, que mantenía que la vida de cualquier persona estaba constituida por dos partes. Dos mitades de una misma cosa que por alguna razón nacían separadas en mundos distintos. La Puerta actuaba como el cierre de una cremallera, uniendo las dos partes y completando la figura original.
Un cambio de movimiento en el aerobús hizo que desconectara de sus pensamientos.
El vehículo sobrepasó una elevación del terreno y mostró por primera vez a lo lejos la ciudad.
La urbe destacaba contra el horizonte con sus altos edificios que se alzaban como
espejos gigantescos, adornados a diferentes alturas por cuidados jardines colgantes cuyas hojas llegaban hasta varias plantas por debajo de su nacimiento.
Al llegar a su parada guardó toda la documentación en la mochila y se bajó corriendo.
Sabía que ya tenía edad para comportarse de forma más adulta, pero cuando se encontraba alterada no podía evitar que su faceta más juvenil le saliera pegando saltitos desde dentro.
A pie de calle la ciudad no le pareció tan majestuosa. Donde quiera que mirase veía cientos de figuras grises que avanzaban sin mirar a nadie, envueltas por las oscuras torres acristaladas que lo cubrían todo dejando apenas paso para algunos rayos de luz.
El edificio al que se dirigía se encontraba al final de la calle.
Al entrar se acercó a un gran mostrador ubicado en el centro de la sala, rodeado de mujeres de su edad. Sacó uno de los papeles que llevaba en la mochila y se lo entregó a la mujer que la atendió, uniformada de gris y con un gorro que le recordó a un barquito de papel. Sin demasiadas palabras le dio una tarjeta y le indicó que subiera por el ascensor hasta la planta 43 y tomara el pasillo de la izquierda hasta la cabina número 7.
Siguió las instrucciones y sin demasiado esfuerzo encontró la puerta de la cabina
asignada. Al entrar se encontró en una sala oscura de suelo enmoquetado. La única luz de la estancia provenía del cristal que se encontraba al fondo. No era un monitor, sino una especie de ventana a otra habitación, como la de las salas de interrogatorios que se veían en las películas.
Entre la ventana y ella se encontraba el cuadro de mandos, un enorme panel de control parecido al de los aviones, en forma de C, rodeando un sillón con aspecto de cómodo.
Ocupó el lugar que le correspondía, respiró hondo y encendió la máquina. Todo
comenzó a iluminarse. Cada botón, cada pantalla, todo tenía algún tipo de luz que hacía de todo aquello algo más cálido de lo que en realidad era.
A su izquierda comenzó a parpadear un cursor en una de las tres pantallas principales, indicando que debía insertar el primer parámetro. No pudo evitar sonreír.
Abrió su libreta por la última página, aquella en la que había anotado las
combinaciones de características que consideró las más adecuadas, y escribió la primera: INTELIGENTE. En la segunda pantalla insertó una cualidad que para ella era más importante: DIVERTIDO. No quería pasar el resto de su vida con alguien que no fuera capaz de hacerla sonreír.
Por último, en la tercera y última pantalla anotó una cualidad que, a pesar de ser un poco superficial, era la que más escogían sus amigas: ATRACTIVO. Tomó un poco de distancia y contempló durante unos segundos los tres adjetivos que
aparecían en los monitores. Sabía que tenía tantos intentos como quisiera, por lo que no titubeó cuando pulsó el botón de búsqueda.
La acción fue inmediata. Nada más levantar la mano notó cómo una ligera vibración subía por el sillón hasta su cuerpo, un fogonazo tras el cristal la deslumbró y un sonido como si se escapara gas a presión se escuchó en algún lugar de la habitación. Al otro lado una silueta comenzó a vislumbrarse. Una ligera bruma fue dando paso a un hombre de piel morena y músculos definidos, cabello negro y ojos claros.
Se quedó embobada mirando aquella maravillosa aparición, fascinada por la propia naturaleza del fenómeno que acababa de ocurrir ante sus ojos.
Claudia se levantó de su asiento y se acercó al cristal para ver al hombre más de cerca.
No parecía preocupado, como si para él aquello fuera algo natural. Simplemente miraba a su alrededor con curiosidad, a la espera de que sucediera algo.
Ella sabía qué esperaba. A pesar de la emoción del momento, tenía claro que no sintió nada especial. Aquella no era su pareja.
Pulsó el botón de cancelar. De nuevo se produjo el fogonazo y la sala quedó vacía. Le pareció la cosa más impresionante que jamás hubiera visto.
Volvió a pulsar el botón de búsqueda sin modificar los adjetivos que había utilizado, trayendo así a otro hombre. Tampoco era el suyo.
Uno tras otro fueron apareciendo ante ella. De vez en cuando modificaba algún
parámetro cambiándolo por los que tenía apuntados en su lista final: simpático,
interesante, elegante, servicial, cariñoso... pero comenzaba a aburrirse.
Su estómago rugió hambriento. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, el suficiente
como para que necesitar comer algo. Abrió la mochila y agradeció que su madre fuera tan precavida.

Puso unas galletas sobre su regazo y comenzó a comer. Le había hecho sus favoritas, con glaseado azul y pasas.
Estaba aburrida y no le apetecía seguir buscando hombres con los que ni siquiera
podía hablar. Necesitaba hacer algo distinto. Desconectar, aunque sólo fuera unos
minutos.
Fue a coger otra galleta y se fijó en que todas tenían con el glaseado hacia arriba,
mostrando varias tonalidades de azul. Una idea disparatada le vino a la cabeza. ¿Qué pasaría si metía parámetros absurdos? No conocía en detalle el funcionamiento de la máquina, pero suponía que debía intentar adaptar la búsqueda para traer al hombre que encajara con sus adjetivos.
Sintió cómo la curiosidad volvía a despertarla. Tras horas de aburrida búsqueda por fin comenzaría a divertirse. Miró el panel de control y leyó las últimas entradas: FUERTE, INTELIGENTE y SOÑADOR. Borró la tercera palabra y escribió una nueva: AZUL.
Apretó el botón de búsqueda.
De nuevo, la aparición no se hizo esperar y tras el primer fogonazo comenzó a ver la figura de lo que se había teletransportado. Desde luego, no era humano.
Tras el cristal apareció un extraño ser de piel rugosa, enteramente azul. El cuerpo era esférico, apoyado en el suelo a través de cuatro extremidades terminadas en una afilada pezuña. Lo primero que se le vino a la mente fue la imagen de una rana del tamaño de una vaca, pero su piel era más parecida a la de las tortugas. Su aspecto rechoncho le daba un aire amigable, hasta que vio su mirada. Las dos ranuras negras que parecían ser sus ojos estaban fijas en ella, traspasándola.
Algo en su naturaleza le decía que aquel ser no debía estar allí. Rápidamente pulsó el botón de cancelar. Nada más desaparecer sintió cómo su cuerpo se relajaba, sin apenas percatarse antes de la tensión en su cuerpo.

A pesar del miedo que acababa de sentir, su curiosidad no hizo más que aumentar. Se preguntaba cuántos universos existirían, cuántas criaturas por completo desconocidas por los humanos podría traer la máquina. Desconocía si alguien más aparte de ella habría probado alguna combinación de adjetivos que se saliera de los estándares. Nunca había oído nada, ni una sola historia.
Se animó a seguir probando.
Jugó con todas las combinaciones que se le fueron pasando por la cabeza con los
adjetivos más raros que se le ocurrieron, apareciendo ante ella criaturas sorprendentes: serpientes metálicas, un hombre del tamaño de una moneda, una tabla negra de un material desconocido y del negro más intenso que jamás hubiera imaginado, animales con varias cabezas, animales sin cabeza.
Comenzaba a notar el cansancio. Llevaba horas allí y apenas había hecho lo que se suponía que tenía que hacer, buscar al hombre de su vida.
Ante ella el panel mostraba los últimos adjetivos utilizados: DULCE, INTERESANTE y VENENOSO. Lo que dio lugar a que apareciera una enorme flor de atractivos tonos amarillos y naranjas, del tamaño de una persona adulta, con una cabeza humana en el centro mirando hacia los lados extrañada.
Le hubiera encantado tener una cámara para fotografiar todo lo que había visto, pero estaba prohibido el uso de ese tipo de dispositivos. Sabía que a la gente le encantaría ver aquello.
No pudo reprimir un bostezo. Llevaba horas allí encerrada y sospechaba que esa
noche tendría que dormir allí. No podía salir hasta que encontrara a su media naranja.
Todo aquello comenzaba a parecerle absurdo.
Decidió que antes de abandonar por ese día haría una última búsqueda. Sin pensarlo demasiado cambió uno de los parámetros: DULCE, INTERESANTE e INTELIGENTE.

El fogonazo inicial volvió a iluminar la vacía sala, para ir desvaneciéndose poco a
poco. Esta vez comenzó a tomar forma una figura humana. Claudia se sorprendió, tras horas mirando aquel zoo de criaturas imposibles se extrañó de que apareciera una persona, mirando por instinto la combinación de adjetivos que acababa de utilizar.
Cuando por fin pudo ver bien la nueva aparición, lo notó. Comenzó como un
estremecimiento en lo más profundo de su pecho, extendiéndose con velocidad por todo su cuerpo y haciendo que se levantara del asiento sin ser consciente de ello. Los ojos se le humedecieron y su boca sonrió. Sólo le duró un instante, truncándose la sonrisa en un gesto de preocupación. No podía ser. Era imposible. No comprendía qué estaba pasando.
Al otro lado del cristal se encontraba una joven de pelo liso y negro, rodeando un
rostro perfecto y unos ojos extrañamente azules.
La confusión saturaba sus sentidos. Se suponía que debía enamorarse de un hombre al que debería traer a su realidad. Siempre ha sido así. Sin embargo, no tenía duda alguna de que acababa de sentir la señal de la que tanto hablan. Aunque ante ella no tenía a un hombre, había traído una mujer.
Volvió a mirarla con detenimiento. Le pareció la persona más hermosa que jamás
hubiera visto, ningún hombre atraería tanto como aquella joven que tenía ante ella.
Su mente se dividía entre la atracción irremediable que sentía y el pensamiento de no estar actuando de forma correcta. Se preguntaba qué dirían los demás si traía a una mujer en vez de a un hombre.
Su mirada saltaba entre el botón Aceptar y el botón Cancelar, sin intención de pulsar ninguno, con la presión de que tarde o temprano tendría que elegir. Se maldijo por haber jugado con la máquina y no seguir todos los consejos e instrucciones que le dieron.
Al otro lado del espejo la muchacha miraba a su alrededor, extrañada pero no asustada, inspeccionándolo todo con detenimiento. Su ropa no era la típica. Aquellos colores eran vivos, alegres, y se ajustaban a su cuerpo como si el mismo color fuera la tela que la envolvía, marcando cada una de sus curvas. Desde sus hombros caían hasta casi el suelo dos bandas de un material plateado que destellaba con tonalidades azules, como sus profundos ojos.
Claudia se sumergió en ellos. Fue avanzando lentamente y posó su mano en el frío cristal que las separaba. Al otro lado, como si pudiera sentirlo, la muchacha la imitó, colocando con suavidad la mano en el mismo lugar donde lo había hecho ella, aunque era imposible que pudiera verla.
Claudia volvió a sonreír. ¿Sabría aquella joven qué hacía allí? ¿Cómo se llamaba?
¿Qué pensaría de ella?
Nunca se había sentido tan confusa. Volvió a su puesto y entre resoplidos se sentó en su sillón. No quería defraudar a sus padres, no soportaría lo que dirían de ella en clase y, lo peor de todo, estaría de por vida siendo el objetivo de las miradas y los rumores de todo el mundo. ¿Podría vivir con ello?
Levantó la mirada y encontró la respuesta. Los ojos a través del cristal le decían que sí, que podría vivir con cualquier cosa que dijeran o hicieran, siempre y cuando estuviera con ella.
Clavó la mirada en el panel y echó un último vistazo. A su izquierda un botón verde para aceptar, a su derecha un botón rojo para cancelar. Tan fácil y tan complicado.
Cuando pulsó Aceptar todo su cuerpo se estremeció.
El sonido al abrirse la habitación hizo que se quedara clavada en el asiento, incapaz de moverse. La puerta estaba situada en un lateral del cristal y a través de ella escuchaba una débil respiración. Una débil respiración y unos pasos. Unos pasos que se acercaban a ella. Sus pulsaciones aumentaron, sus sudorosas manos pasaban de su regazo a los brazos del asiento, y luego de nuevo a su regazo, entrelazándose y jugueteando con los dedos.
La figura no tardó en aparecer, mucho más radiante sin el cristal ante ella. Claudia la miró a los ojos, aquellos ojos con la profundidad del océano que le devolvieron la mirada.
Y entonces sonrió. No era una sonrisa de cortesía, no era una sonrisa nerviosa. Era una sonrisa de pura felicidad, una felicidad compartida por las dos personas que se encontraban en aquella habitación. Era una sonrisa de amor. Amor sincero.
Claudia se levantó y se abalanzó sobre ella. Se abrazaron con fuerza. Alejó su rostro para verla mejor. Su cara era suave y con un ligero tono aceituna, adornado con pequeños lunares como si fuera una noche estrellada. Sus finos labios de un rojo intenso la atraían con una fuerza que no podía reprimir.
El beso fue perfecto, como en un baile sincronizado todo fluía de forma precisa. Cada movimiento, cada comisura en la piel encajaba al milímetro.
Permanecieron allí de pie hasta que sus piernas flaquearon. Como si sus cuerpos
estuvieran reconociendo a la otra mitad que habían perdido hacía mucho, contándose historias sin palabras y fundiéndose en un solo ser.
Cuando salieron de allí Claudia no albergaba duda alguna.
Al llegar a recepción el silencio se hizo a su alrededor. Todas las miradas se centraban en ellas, pero le daba igual. Que hablaran. Que miraran. Sabía que había hecho lo que tenía que hacer, traer a su realidad la mitad que le faltaba. 

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