Niño pollo

 

 NIÑO POLLO

Muy buenos días, estimados amantes del terror y la ciencia ficción. El día de hoy les traemos un relato del escritor Héctor Peña Manterola.

¿Quién es?

Héctor Peña Manterola es un autor español nacido en Cantabria.

Su pasión por la literatura se remonta a su más tierna infancia con lecturas como Crónicas de la Torre de Laura Gallego o El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien.

Licenciado en Historia, publica su primera novela en 2020, El Ministro del Silencio, un ensayo de microhistoria donde abarca diversos temas de corrupción desde el punto de vista de un personaje contemporáneo en circunstancias donde una pandemia parece ser el enfoque de la mayoría; y Magdalena en 2021, una novela de ciencia ficción fantástica con toques de terror donde una joven busca respuestas a su pasado antes de que sea demasiado tarde. También han sido publicados sus relatos El silencio de los cuervos (Generación Pandemia, 2020), Rosa y Espinas (7 PECADOS: Antología de relatos, 2021); su microrrelato Lluvia (Generación Pandemia, 2020); y su cuento Mimo (Relatos de terror... y otros asuntos, 2021).

 Sin mayores preámbulos, el relato:

 

Niño pollo

Aquel chico debería haber nacido muerto. Tristemente creo que era lo mejor que
podía haberle ocurrido. Su mera existencia parecía un pulso a la agonía de
aquellos que languidecen hasta morir.


Todo comenzó alrededor de las siete u ocho de la mañana del veinticinco de
diciembre. Como cada año, tras la cena familiar y la pérdida de tiempo adjunta
entre bingos y cartas, los colegas decidimos reunirnos cerca de la casa de
Tomás Sanjurjo. A ojo de buen cubero mío no llegaríamos a la veintena de
inocentes capullos borrachos con ganas de farra.


La noche transcurrió entre guerras de guijarros, carreras "cuesta arriba cuesta
abajo" y el continuo “clap” de las latas de cerveza al abrirse. Estábamos en una
zona de campo tranquila, ajena al estrés y al tráfico de la gran ciudad. La
perfección convertida en lugar para aquel tipo de sucesos.


Fue Alberto el "culo abierto", como le llamábamos hace años en basket, el
primero en darse cuenta de que algo no iba del todo bien. «¡Es el "niño pollo"!
¡Es el "niño pollo"!» Yo, la verdad es que pensé que únicamente buscaba llamar
la atención. De entre todos nosotros él llevaba metiéndose desde los dieciséis,
y ahora que tenía tres años más ya se notaban los efectos. Con horror descubrí
que no se trataba de una argucia narcisista, sino que entre paja y una sustancia
blanca y viscosa nadaba un engendro que desafiaba a la vida.


«Maldita sea. ¿Qué diablos es esa cosa?» Pablo no tenía tanta decencia.
"Cosa". Claramente no era una "cosa", pero tampoco se parecía a nada que, al
menos yo, hubiera visto antes. Mi abuelo siempre ponía los documentales de la
dos después de comer, y mira que he pasado fines de semana en su casa de
campo jugando con un palo en la huerta. Me creía D'Artagnan enfrentándome a
una legión de enemigos invisibles con fines puramente malvados, sin un
trasfondo elaborado ni intereses más allá del dolor injustificado. Pero esa "cosa",
ese "niño pollo" como lo había definido Alberto, daba más grima que cualquier
animal filmado para la televisión.


Grima. Aquella era la palabra exacta. Tal vez pudiera ser sustituida por lástima.
Su quejido plañidero, la forma deformada de sus brazos aparentemente
disfuncionales que recordaba a las alas de un ave desplumada, y una alargada
fisionomía que daba como resultado un rostro poblado por dos grandes cejas y
coronado con una pelusilla amarronada que hacía las veces de pelo hacía intuir
algo siniestro.


No parecía estar sufriendo, pero tampoco estaba bien. Su labio superior era
mucho más grueso que el inferior e invitaba a simular un pico de carne. Esbozó
una mueca y se revolvió entre la paja, cerrando los ojos y dejando a la vista más
de aquella sustancia blanquecina de gran espesor. «Mira, debe ser la clara del
huevo». Aquella aproximación de Pablo parecía bastante acertada, pero el
revuelo generalizado rodeaba a otra pregunta mucho más trascendental. ¿De
dónde venía? ¿Quién lo había puesto allí?


Apenas tenía un gran pañal cubriendo sus intimidades (lo cual, después de haber
visto el resto de su cuerpo, agradezco enormemente) y quien lo hubiera dejado junto a la casa de Tomás se había tomado la molestia de dotarlo de aquel capazo de mimbre y paja.


«Seguro que es Jesucristo», apuntó Manuel tan religioso como siempre. «Claro,
habrá nacido en la misa del gallo», bromeó otro de los chavales provocando una
carcajada generalizada debido al aspecto físico del pobre chico. Por mi parte no
tenía muy claro que podía hacer. Supuse que llamar a la policía sería la mejor
opción, pero era consciente de que una redada podría acabar con varios de mis
compañeros en la cárcel. Aquel "niño pollo" se estaba convirtiendo en un
problema. Durante unos instantes se pasó por mi cabeza la idea de arrojarlo al
mar, de despeñarlo o de abandonarlo en un bosque para que la naturaleza
reclamara lo que era suyo. Sus redondeados ojos se clavaron en mí haciéndome
sentir terriblemente mal. Parecía como si me pudiera leer la mente y descubrir lo
hijo de puta que era. Él estaba allí, tan indefenso, luchando por sobrevivir...


Cuando me desperté me vi a mí mismo en la litera de abajo. Tenía la necesidad
patológica de ir al baño y una resaca de diez pares de demonios ardía en mis
sienes. Desperté a mi hermano de la misma manera en que diez años atrás lo
hacía para descubrir si Papá Noel había venido a visitarnos, y él, cansado como
estaba de mis tonterías, se dio media vuelta e intentó volver a dormir. «Martín,
Martín. He soñado con el "niño pollo".» Mi hermano me miró como si fuese
imbécil. «De verdad. Estábamos en la cuesta de la casa de Tomás Sanjurjo, la
del campo. Es que parecía tan real que era como si lo tuviese allí delante, frente
a mí. Sus escuálidas extremidades, su cabeza desproporcionada... todo, Martín,
todo.»


Algo más tranquilo, decidí unirme a mi familia para desayunar y compartir el día
de Navidad. Mi corazón se veía asaltado por las dudas y yo necesitaba
respuestas. Si todo había sido un sueño, ¿qué había hecho durante la noche?
¿Ni siquiera había salido? Gracias a las nuevas tecnologías, pude descubrir que
no era el único que había soñado con aquel chico. Toda la banda que aparecía
en mi supuesta realidad onírica parecía haber tenido el mismo sueño. Faltaba
Tomás por despertar, por confirmarnos si la cuesta de su casa escondía los
despojos de nuestra borrachera.


Pero él nunca despertó. Su madre nos llamó para acusarnos vete tú a saber de
qué. Al ver que aún dormía, recorrió su habitación hasta que se lo encontró inerte
en la cama. Su rostro reflejaba el terror al que había sido sometido antes de
morir, y un fluido claro y viscoso brotaba de sus ojos.

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